En los primeros días de Octubre, festividad de San Francisco de Asís, se conmemora el Día Mundial de los Animales, a mi entender con un propósito bien definido: llamar la atención de la opinión pública y suscitar el debate en torno al tema animalista desde la óptica del humanismo, la ética y la protección, aglutinando implícitamente en su contexto tres aspectos: un homenaje, un recordatorio y una reflexión.
Iniciamos el análisis con el primero: un HOMENAJE póstumo, sentido y llorado, a los miles de millones de animales muertos anualmente a manos del hombre en mataderos, laboratorios, perreras, granjas industriales, granjas peleteras, festejos populares y rituales religiosos, aparte de aquellos tiroteados, cazados, capturados y torturados sin más.
Continuamos con un RECORDATORIO necesario acerca de la gran deuda contraída con los animales, a partir del instante en que el hombre primitivo tomó las riendas de su destino y resolvió comérselos. Comérselos significaba arrebatarles la vida. Comérselos significaba ignorarlos como los compañeros de existencia que hasta entonces fueron. Comérselos significaba dejarlos reducidos a poco más que nada, desde el punto de vista de sus legítimos intereses como entes vivientes. Servían para lo que servían: para comérselos y punto.
De ahí pasaron a ser utilizados para el ocio, trabajo y divertimento, entre otros menesteres, pero eso sí, sin perder la categoría de “bienes muebles” o “productos de consumo” que sus predadores humanos les asignaron para poder ingerirlos con toda tranquilidad y sin ningún tipo de remordimiento. Y así continuamos, mal que nos pese, en pleno siglo XXI con el agravante de que los muchos cambios experimentados desde la Prehistoria han sido evidentemente para peor…
Terminamos con una REFLEXIÓN bien merecida sobre la dudosa contraprestación que han recibido y reciben los animales por parte del hombre, como pago a sus innumerables y valiosos servicios que incluyen la entrega, como hemos comentado, de su propia vida. La moneda de cambio con la que les pagamos no es otra que: explotación y abuso; trato inhumano e inmisericorde; desconsideración; desprecio a su sufrimiento y negación de sus capacidades cognitivas y emocionales entre otras muchas lindezas.
Se alega que el trato dado a los animales está justificado porque son muy diferentes a nosotros, verbigracia se sostiene que no piensan, puesto que según viejas creencias, el pensamiento es una potencia del alma de origen divinal ajena a la bioquímica y propia del hombre, de lo que se deduce que lo que en los animales nos parece pensamiento no es otra cosa que aprendizajes genéticos o adquiridos; en vez de abrazar la idea de que son capaces de pensar, lo cual se hace patente a sus observadores, aunque no se atrevan a confesarlo, cuando hablando del apreciado perro o gato comentan “Parece como si pensaran” introduciendo el “parece” por si acaso.
Pero estos argumentos justificativos fundamentados en las diferenciaciones, pierden consistencia a tenor de trabajos como el del prestigioso etólogo Konrad Lorenz, que patentizan que somos de lo más parecidos, y que el comportamiento humano, aún más refinado, es muy a menudo, resultado de estímulos, instintos y reflejos “puramente animales”. Por ejemplo, la noción de propiedad, la agresividad, etc. De modo y manera que la frontera que en “illo tempore” marcaron los hombres, entre los animales y los humanos se percibe cada vez más borrosa.
Y como muestra, un botón: tal es la similitud de la especie humana con otras especies próximas, que al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo le pusieron en la tesitura de tener que fallar si un chimpancé de veintisiete años de nombre HIASL (que ha aprendido a pintar y le encantan los documentales) era considerado legalmente una persona a fin de que pudiera ser adoptado y accediera a un tutor legal que gestionase la dotación económica que recibió, cuando la ONG que lo había cuidado desde que tenía diez meses se declarara en bancarrota.
En Austria, donde residía el chimpancé, sólo las personas podían ser dadas en adopción y recibir donaciones en su nombre. Y HIASL no era una persona ni dejaba de serlo, porque la ley austriaca establece que los miembros de la familia “HOMO” son personas y los chimpancés cuyo mapa genético se diferencia del nuestro en un 4% pertenecen oficialmente a ese grupo desde 1.997…
Para finalizar, se asevera que el aprecio al animal es una muestra de civilización y efectivamente, lo es. Pero entre otras muchas connotaciones de índole psicológica y sociológica, se podría aducir que este afecto del ciudadano civilizado por los animales (mezcla de contemplación, fascinación y perplejidad) es una forma de encuentro consigo mismo, una manera de verse reflejado en el animal y de ver como él nos refleja a nosotros.
Emilia Pastor
Presidenta de A R C A DYS